Aunque no fue hasta 1995 cuando los cocineros japoneses empezaron a usarlo en su cocina, el pez que para poner los huevos suben dirección contraria a la que fluye el agua para poner sus huevos, como las americanas empezando de cero cada cita olímpica y luchando contra todas las selecciones que quieren evitar la continuación de un legado que ya parece territorio habitual para la mayor dinastía vigente en el mundo del baloncesto y camino de serlo en la historia, ya no solo del propio deporte, sino también de los JJOO.

Tal y como decíamos con el equipo masculino, añadir el adjetivo ‘olímpico’ al concepto campeón parece más un epíteto que una palabra para contextualizar la situación, especialmente desde el año 1996 en el ámbito femenino aunque, por fortuna sigue siendo necesario y a pesar de que esas 7 ediciones son el dominio más grande en la historia desde que tiene lugar el torneo de baloncesto femenino en cualquier edición en unos JJOO.
El equipo americano empezó arrasando y aprovechando su superioridad en altura en ambos lados de la pista para dominar el partido de principio a fin pero eso no es, ni mucho menos, lo más importante del partido. Ese dominio era solo era la punta del iceberg de todo lo que estaban haciendo las jugadoras para vencer, ya que sabían como divertirse y disfrutar del proceso, en el último partido en unas olimpiadas de jugadoras como Sue Bird que han formado parte de este proceso o en el partido número 60º como titular de una Diana Taurasi que ha prometido seguir al pie del cañón hasta, mínimo, París 2024.
Todos estos acontecimientos hacen que la situación desemboque, nunca mejor dicho, en una medalla olímpica, como salmones que tras años de travesía lejos de casa, vuelven al lugar que nacieron para poner los huevos e iniciar un nuevo ciclo. En el caso de los equipos americanos, y en este caso concreto el equipo femenino, el torneo olímpico acaba siendo ese lugar donde vuelven a su lugar de origen, aunque en el baloncesto sería más el del dominio hegemónico en el mundo del baloncesto al volver una y otra vez. Para ver este hecho solo hace falta recordar que la última vez que las American Gals no llegaban como defensoras del título es el hecho de que Dawn Staley, actual seleccionadora, era jugadora en activo y tenía 26 años (por lo que no era precisamente la más veterana de la plantilla).
Con todo ello, y la ingente cantidad de tapones que recibieron las anfitrionas en el transcurso del encuentro (récord olímpico en el torneo femenino), sirvieron para volver al ‘hogar’ a volver a poner esos ‘huevos’ en el lugar donde todo empieza: La imbatibilidad cíclica de Estados Unidos y la esperanza del resto por alcanzar superar a la corriente que las americanas llevan décadas superando sin aparentes apuros.
Las japonesas, donde anotaron las 12 jugadoras de la plantilla, serían esos salmones que remontan en fila para llegar a su lugar de origen. La disciplina, el trabajo en equipo y objetivo distinto a otros equipos que podían pensar en asaltar la presea dorada pero las niponas, igual que la llegada del salmón al propio Japón, llegaron más tarde de lo que se podía esperar pero dejando el mismo buen sabor que acaba dejando el sushi, como colofón a esa ‘carrera’ por alcanzar su objetivo, que era tener medalla en el evento que organizaban, sí se cumplió y con la mirada puesta en poder alcanzar de nuevo estas cotas de éxito, como ese ciclo que las americanas llevan logrando durante tantos años.